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Hannah Sanel


Acompañadme en este viaje a Australia, una tierra de contrastes, donde los eventos extremos del cambio climático se muestran demasiado a menudo su peor cara. Un país cuya historia reciente está íntimamente unida a la llegada de personas, inmigrantes que se hicieron con el territorio, ayudándose de animales de tiro como los camellos. Espectacular país, de paisajes fascinantes, que atesora una biodiversidad maravillosa, con grandes recursos naturales, donde las políticas más bien parecen salidas de una beoda reunión en un Salón del Lejano Oeste.

A lo largo de su historia, Australia ha masacrado a animales autóctonos y naturalizados de forma sistemática. Incluyendo al canguro, su símbolo nacional, o a los camellos, animales que trajeron los primeros australianos para salir adelante en aquellas tierras que no eran suyas, abatidos a tiros desde helicópteros por considerarlos competencia a la hora de beber agua tras los incendios de Australia. Un trato muy civilizado (nótese la ironía) del que saben bien los pueblos indígenas de aquellas lejanas tierras. Aunque en realidad no lo son tanto, pues lamentablemente, en la práctica de este aterrador especismo Australia no es un caso único, aunque sí especialmente sangrante. De ello pueden rendir buena cuenta los animales y los pueblos nativos, los primeros desde su silencio, y los segundos con sus constantes protestas no escuchadas. Con la curiosa paradoja de que el escenario de la masacre, una matanza que ha acabado con la vida de unos 5.000 camellos es una zona árida del sur de Australia donde viven unos 2300 aborígenes. Esta vez, les tocó a los camellos…

Bien mirado, ¿a qué extrañarse de este antiespecismo pervertido, que acaba con todo? Ahora convertido en una especie de canibalismo, habida cuenta de su enriquecimiento a base exportar carbón, CO2, que cual boomerang, está quemando el país, con enormes pérdidas, tanto humanas como ambientales. Pero no solo eso, porque poco arriesgamos al afirmar que su gallina de los huevos de oro está matándonos a todos y contribuyendo a volver loco al planeta. No en vano, el país es el primer exportador del mundo de carbón, lo cual explica su empecinamiento en seguir agitando con ansias la bandera del negacionismo climático. Un auténtico disparate legalizado, permitido y demasiado bien pagado en el selvático mercado mundial, el mercado de un mundo guiado por intereses económicos que impiden reconocer la crisis climática en toda su dimensión. Mientras exista este paraguas, Australia se guarecerá en él, practicando un negacionismo climático que no ponga en jaque su riqueza. Allá cada uno con sus creencias, podríamos pensar, salvo por el pequeño gran detalle que supone que estas, como tantas otras, hunden sus raíces en el egoísmo más atroz y suponen un preocupante peligro para la humanidad.

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Imagen: Shutterstock

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