De máscaras, mascarillas y vendas en los ojos

Domingo, 17 de abril de 2020.- Cae la noche y hace frío, pero sé que hay esperanza en este mundo tan sombrío, rapea Hard GZ. Nos clava la mirada, aguijonea en cada sílaba, escupe las palabras desde su hábitat natural, una urbe cualquiera con ecos de la inquietante megalópolis distópica de Blade Runner. Retador, sin máscaras, oliendo el miedo, asustándolo, advirtiendo de peligros cotidianos que pueden malograr cualquier vida, llevar a la tumba a quien no esté alerta.

Ahora que estamos atrapados en una noche que convertirá el día después ya en un mundo distinto, ahora que esta noche casi eterna nos tiene el alma congelada, ya no hay tiempo para temer, y sobran las advertencias interesadas. Solo cabe mirarnos al espejo que esta brutal emergencia sanitaria nos pone delante, sin máscaras que escondan las mentiras que nos decimos, también a nosotros mismos. Porque, si hay algo cierto entre tanta incertidumbre, es que protegerse de la pandemia exige empatía y solidaridad no impostadas. En suma, para salir de esta no hay otra que quitarse las máscaras y ponernos las mascarillas. Tampoco nos queda otra que desenmascarar, por principios, por justicia.

Cae la noche y hace frío, una noche, y un frío anunciados por un largo atardecer al que solo unos pocos miraron, ante el inmovilismo de un mundo que gira alrededor del sol del corto plazo, dominado por afanes electoralistas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya nos advertía que no estábamos preparados para la pandemia que estaba por venir. Y no solo a nivel de recursos para evitar más contagios, sino también en cuanto a lo ético, como está demostrándose. Ha sido actualidad, por su participación en Milenio Live, la intervención de César Carballo, Adjunto Urgencias Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid. Sin pelos en la lengua, diciendo las cosas según las ha vivido, sufrido, y sigue haciéndolo de un modo realmente clarificador.

Carballo no dejó de repartir bofetadas al sistema, con perlas como esta: “En Europa, todos los profesionales nos conocemos de convenciones. En febrero, los italianos ya nos estaban avisando de que lo que venía era tremendo”. También explicó, por ejemplo, que el 8M fue la tormenta perfecta, afirmación que hay que entender al margen de partidismos. El sistema ha fallado, y desde mucho antes de aquella manifestación. Trascendiendo partidos, ha fallado, y seguirá haciéndolo, si no cambia todo de un modo radical.

Sus palabras dieron alas al conductor del programa, Iker Jiménez, para hacer lo propio, como no podía ser de otro modo, con la que está cayendo y nuestra ceguera para ver los muertos y actuar en consecuencia.”Estamos en un mundo donde la muerte no se quiere ver”, titula una interesante entrevista en la que se ahonda al respecto. Carballo también se refirió a nuestra ceguera para aceptar que no se trataba de un simple gripe, porque es un virus tan feroz que sencillamente resulta completamente inédito si a ello le sumamos su facilidad para contagiar y el papel clave que juegan los asintomáticos. En suma, su experiencia hospitalaria pone los pelos de punta, sin dejar de denunciar las horribles condiciones de falta de protección que sufren los sanitarios, incluyendo a los de primera línea, además de realizar horarios extenuantes.

No se pierdan las Conversaciones con un doctor valiente, pueden acceder al programa a través de este enlace o del audio al pie de este artículo. Descubrirán, además, que Carballo ya advirtió la que se avecinaba, allá en 2017, cuando una de las diapositivas que proyectó sobre la pared en uno de sus conferencias. La diapositiva hablaba de “Lecciones aprendidas del pasado…” y, cual oráculo, avanzaba que “es inevitable que haya una pandemia mundial cuando se ha demostrado un reservorio en animales ilimitado, una transmisión animal – hombre y una presión demografica y unas costumbres ancestrales que hacen inevitable el contagio. Solo falta que la letalidad del virus disminuya y posibilite el desplazamiento del huesped”. Impresionante, pero no asombroso, pues desde años atrás la ciencia venía advirtiendo al respecto.

No actuar a tiempo, no estar prevenidos, hacer oídos sordos, primar el interés económico, no haber desarrollado una vacuna para coronavirus anteriores… todos son errores que han acabado dando sabor a este caldo de cultivo letal, caótico y desesperante en el que nos hallamos local y globalmente. Derivando en una doble vara de medir en la que los más vulnerables por edad, por condición económica o por otras circunstancias han acabado siendo víctimas de un sistema salvaje e hipócrita. Bien podría considerarse psicopatía, al menos vista a la luz del comportamiento enfermizo desde lo ético, comportamientos que salvan sociedades desde la estadística, pero no a las personas. La economía antes que la salud, esa es la consigna, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras se siente esta fuerza que ya nos puso la soga al cuello, y sigue apretándola. Dentro y fuera de nuestro país, faltaría más, aquí con las prisas de la desescalada con cientos de muertos diarios, y afuera con actuaciones que lo dicen todo, como la de Bolsonaro, que ha fulminado al Ministro de Sanidad por ir contra sus principios inquebrantables basados en el imperativo económico.

En cuanto a Bolsonario, el filósofo brasileño Vladimir Safatie ha concedido una jugosa entrevista a eldiario.es, titulada “Bolsonaro cree que podrá ocultar los cuerpos”, y esta declaración solo es un aperitivo… y por lo que respecta a Trump, señalado como rey de reyes por el mentiroso dedo del sueño americano, la actualidad nos trae otro ejemplo de lo mucho que puede llegar a cegar el dinero y las ansias de poder. Su reciente llamada a la guerra contra el confinamiento, sencillamente, no necesita mayores comentarios.

En este escenario de lobos agazapados en el bosque y caperucitas, -estas con padres y abuelos expuestos a las fauces de la pandemia como centro de la diana-, las mascarillas son el monstruo del laberinto del minotauro encarnado en lobo. Llegar a ellas es complicado por su escasez, pero también por la falta de información clara sobre sus diferentes tipos y su conveniencia o no. Otras contradicciones flagrantes, ricos y famosos con mascarillas carísimas muestran sus selfies mientras los sanitarios que se juegan la vida día a día no cuentan ni con las adecuadas. Y lo mismo cabe decir de los tests, al alcance de ricos y famosos, pero no de los sanitarios para conocer si tienen o no anticuerpos, como denunció Carballo. Y mejor no hablemos de las mascarillas que ha buzoneado el gobierno de Miguel Ángel Revilla a los cántabros. Más fácil hubiera sido hacérselas con papel del wc., y la sorna de la frasecita optimista dibujada en ellas es la guinda del regalo envenenado. Por cierto, en la Red hay imágenes en las que Revilla luce unas mascarilla de auténtica ingeniería, vean en este enlace el agravio comparativo. De nuevo, una indignante doble vara de medir.

En fin, doble vara de medir, máscaras que caen, vendas en los ojos ante el dolor y mérito ajeno es el que encontramos cuando no pocos de los que aplauden en los balcones puntualmente a las 20:00 horas, no quieren que esos médicos vuelvan a sus casas, y en repugnantes notas pegadas con celo en las zonas comunes de los edificios los invitan amablemente a dormir en otro lugar. Posteriormente, han surgido iniciativas contrarias, que no dejan de ser una loable reacción a este tipo de gentuza con la cara limpia y el culo sucio.

La politización de este drama sanitario y social sin precedentes en la historia moderna es otra lacra, otra pandemia que nos debilita, reviviendo el odio guerracivilista, que permanecía dormido y a la espera. Encontramos máscaras desde las trincheras de la política, mientras las balas invisibles que hay que esquivar por doquier convierten esta guerra en una pesadilla sin final, que hay que enfrentar sin la necesaria y urgente ayuda de una política que solo ayuda a seguir muriendo. Confiar en quienes llevan una máscara es un suicidio, y acaba manchando de horror, lamentos y sangre la cara humana de esta pandemia.

Las teorías de las desigualdades sociales convierten en alas las páginas de los libros donde yacían exánimes , y cual ave fénix, vienen a nuestro rescate. Solo se posan en los hombros de quienes sepan leer, escuchar, de quienes busquen una salvación alejada de egoísmos. Solo a ellos les susurran la canción de amor más hermosa, conmovedora e inteligente jamás escuchada.

Entonces entiendes que, sobre todas las cosas, la indiferencia es un insulto intolerable. Se te abren los ojos, empiezas a mirar a tu alrededor, y ves que estás rodeado de intereses, de injusticia, que vives una gran mentira. Empiezas a valorar a quien realmente vale la pena, a alimentar a tu mejor versión como persona. Y descubres que lo importante no es solo protegerte con mascarilla.

El problema no acaba ahí, es la máscara que llevas frente al espejo, y que te pone una venda en los ojos hacia ti mismo y hacia la maldita sociedad que es cualquier cosa menos redistributiva. Pero que también te hace insensible ante el dolor ajeno. El problema es que el confinamiento no solo es el tuyo, ni solo de las personas, siquiera, porque ellos, los animales, también lo venían sufriendo desde hace demasiado tiempo. Y tiras del hilo, y con suerte para ellos, y para ti, acabas por dejar de comer carne. No porque solo te importen los animales, sino porque hasta ellos te importan, y no de un modo menor, antropocentrismos afuera.

Y, lo mejor, es que entonces te das cuenta de que las situaciones al límite te hacen mejor persona, porque si ocurre lo contrario, sencillamente estás perdido como ser humano y de un modo u otro, de mil maneras distintas, joderás la vida de quienes te rodeen. Por suerte, en estos tiempos de incertidumbre, de riesgos, junto a las tinieblas, también se hace la luz y caen las vendas y las caretas, y empiezas a darte cuenta de que esto pasará y de que tendrás que vivir en un mundo podrido. Ser consciente es un gran paso, aunque sea poco consuelo. Para esa mitad podrida, la pandemia es un genocidio programado inevitable, e incluso deseable si con ello la maldita maquinaria puede volver a ponerse en marcha. Mientras, una mano negra empuja al sol, tras de las montañas, “cae la noche y hace frío…”.. Imposible dormir, tic toc, tic toc…

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