Imagen: WendyvanderMeer

Su gran desgracia es haber nacido en nuestro mundo. Que tu, que yo, hayamos nacido. Que llevemos un revólver siempre listo para volarles la cabeza. Su gran suerte, el amor de un instante. Tenerse durante apenas unos minutos, sentir el calor de la vida de prestado y a contrapelo. O que, al menos, el destino les conceda unas horas, un día más sin que los separen, sin que los torturen, los asesinen, los troceen, y te los sirvan desmembrados. Ya sin alma y con todo por vivir, con todo muerto. Listos para tu uso, maltrato y abuso, eso que llamamos procesado de alimentos, hacer la compra, cocinar o tomar algo, ya inertes: dejando hacer a las cuchillas o a las pinzas del ordeño mecánico; a la fuerza de la gravedad del fondo de la máquina trituradora, del tanque de leche, del carro de la compra y de tu estómago; convertidos en leche o carne altamente enriquecidos con ese tipo de crueldad que revienta el alma solo imaginarla.

No mires tu mano buscando esa pistola. Está ahí, y no cesas de utilizarla. Eres tu quien aborta sus breves instantes de felicidad robada al destino, quizá sin darte ni cuenta, pero actuando con la frialdad de un pistolero, de un asesino en serie. Eres tu el que reserva en la granja sus filetes desde ya antes de su nacimiento, el que pide en ese restaurante que es tu cocina que la materia prima venga marinada de tortura y ejecución animal.

Pregúntate, mejor, a quién está apuntando el revólver que disparas a diario, dónde van sus balas, cuál es el verdadero precio de ese filete que devoras, de esa leche que tiznas con café, que te comes en forma de yogur o queso. Pregúntate si acaso eres o te comportas como un ser sin alma, que ni siquiera repara en lo que hace, sin cuestionarte dónde están sus ojos, su mirada, su lamento, sus lágrimas, el latido de su corazón, toda una vida no vivida, destrozada porque sí. Dinamitada por la cruel inercia del sistema que también acabará devorándote a ti si sigues sin tener la valentía de ponerte en su lugar, de luchar por un mundo mejor de una vez por todas. Al responderte, por un momento, deja de masticar, y busca lo que queda de tu dignidad como ser humano debajo de esa guarnición de patatas fritas con ketchup. Nada encontrarás…

Enfunda tu revólver! No les robes lo que les pertenece! No les condenes a la muerte en vida! No dejes a la vaca sin su pequeño! No lo dejes a él sin madre, sin leche, sin vida…! No financies su tortura! No comas su carne! No seas la causa de su muerte en vida, de su muerte programada, de una vida con una cuenta atrás acelerada hacia una ejecución de seres brutal e indiscutiblemente inocentes. No los condenes a la muerte, no lo hagas!. Niégate desde ahora mismo, da el paso. Niégate a seguir siendo una pieza de un mundo tan cruel e injusto. Sé su voz! Sé su ángel, no su verdugo! Sé su salvación, no su condena! Sé su amigo, no su peor enemigo!…

Pero, sobre todo, no te engañes: Mira en tu interior y busca una razón, solo una, por la que ellos deban pagar con su preciada vida, -tan valiosa como la tuya y la de quienes más quieres-, por llenar tu plato con sufrimiento animal. Atrévete a ser sincero, detente por un momento y pregúntate: ¿Podrías mirarles a los ojos desde el otro lado de su jaula, sin que nada dentro de ti se removiese; y separarles nada más nacer; y acaso podrías llevarles al matadero? ¿Podrías empujarlos a la sala de la muerte, electrocutarlos, clavarles un cuchillo, trocearlos después? ¿Crees que soportarías el olor a miedo, el pánico atroz a la muerte de esos seres indefensos, podrías olvidarlo? ¿Podrías luego sentirte bien y en plena forma mientras bebes su leche o comes su carne, sabiendo que los has condenado tu, y solo tu, a la más trágica, espeluznante, triste e injusta de las existencias? ¿Podrías deleitarte haciendo cocina creativa con su cuerpo hecho pedazos…?

No lo dudes, ellos merecen compasión o, aún mejor, respeto. Se lo debes. No mires a otro lado, sus sordos lamentos llegan a ti en cada litro de leche, en cada bandeja de poliestireno repleta de sus cuerpos troceados… ¿Acaso no los oyes gritar sin consuelo, bramar en la noche cerrada? ¡Deberían aturdirte sus quejidos como gritos ensordecedores que se tornan en susurros insoportables, …pero hasta eso les hemos robado. ¡Porque ni siquiera tienen voz!. Detente y escucha, su lamento siempre estuvo resonando dentro de ti. Y solo tu puedes apartar ese revólver de sus cabezas… ¡¡LIBÉRALOS, TAMBIÉN A TI TE CRECERÁN ALAS!!

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