Esta es una historia con un final en las antípodas de la justicia poética; con un karma que, en vez de devolver el golpe, noquea a quien merece compasión. Nada nuevo, si de la ficción nos apeamos. Porque estamos ante un claro caso de maltrato animal, a cuya denuncia la moral obliga. Tan flagrante, triste e intolerable como cualquier otro; aunque todos sean tan parecidos en su esencia, y al tiempo únicos.
Voy a contar la historia de la triste vida de Solitario George a la luz de la débil pero eterna llama de esa vela que, desde la noche de los tiempos, invoca a la tan necesaria utopía de un mundo mejor. Así que arrebujémonos junto a la lumbre y acerquemos la vela a esta historia de terror, cuyo parecido con la realidad no es simple coincidencia.
Nuestro personaje protagonista es Solitario George, un animal que cometió el gran error de pertenecer a una especie que da mucho dinero y, si la ciencia no lo remediaba, se extinguiría con su muerte. Y vaya si lo intentó, convirtiéndolo en un alma en pena en vida, y también tras su muerte. Durante buena parte de su centenaria existencia fue una pobre criatura que no pudo vivir en libertad sus últimos 40 años de vida, a pesar de encontrarse en un entorno idílico en las islas Galápagos.
Ni siquiera tras morir, hace cerca de 7 años, pudo descansar en paz. Se le disecó y, tras una breve exposición en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, se encuentra en el Parque Nacional Galápagos de Ecuador, donde visitarlo sigue siendo un potente reclamo y fuente de ingresos.
No es ningún secreto que la vida de Solitario George fue escrutada durante los 40 años que permaneció cautivo, y su muerte podría haberse debido al fuerte estrés producido por los turistas y los machacones intentos de los planes de reproducción a los que fue sometido después de ser apartado de su hábitat natural, la isla Pinta.
Pronto se cumplirá una década de su muerte, de la desaparición una de las tortugas gigantes de las Galápagos y quizá la más famosa del mundo, un parque natural donde son las estrellas indiscutibles. Ello supone la desaparición total de la subespecie Cheloidis nigra abingdoni, y, si bien embalsamada sigue siendo rentable, con su fallecimiento, el Parque se quedó sin su principal atracción en vivo, por lo que dejó de percibir una cantidad de dinero regular realmente sustanciosa.
Fue, y aún sigue siéndolo, el más famoso de los habitantes de las Galápagos aunque eso, claro está, no es motivo de satisfacción para ninguna tortuga en su sano juicio. Muy al contrario, este hecho podría haberle sometido a un estrés mortal, como probablemente ha acabado ocurriendo. Aunque los resultados de la autopsia concluyeran que murió de viejo. ¿Pero, acaso un ser centenario no sufre el estrés de forma especialmente grave, y lo suyo no fue un acoso constante?
Porque, si bien es cierto que a George se le cuidó como a un rey, se le privó del bien más preciado, la libertad, y se le sometió además a continuos e insoportables planes de reproducción desde el mismo momento que lo encontraron y se supo que era el último ejemplar de su subespecie. Y de eso hace la friolera de 40 años. Santa paciencia, la que hubo de tener el animalito…
Consideremos también lo que le supuso convertirse en una atracción turística que dio pingües ganancias a quienes un ya lejano día decidieron apartarlo para siempre de su hábitat natural, la isla Pinta, al norte del archipiélago. Y, una vez muerta, nada tardaron en forjar una leyenda sobre Solitario George, todo un icono de la fauna oriunda de las míticas islas y emblema nacional, obviamente, con fines crematísticos. Incluso más que cuando estaba vivo. Disecarlo, obviamente, forma parte del negocio, pues su cuerpo momificado es una máquina de fabricar oro.
Solo al ser humano cabe atribuir tamaño maltrato a tan fascinante animal, que tuvo la mala suerte de sufrirnos no solo hasta el último de sus días, sino más allá.
A diferencia del Solitario George y otros animales disecados, por lo general, los animales libres tienen una intensa relación con la naturaleza, y cuando les llega la hora acaban convirtiéndose en polvo, como es sabido, bien sea a consecuencia de acabar formando parte de la tierra o al entrar en la cadena trófica, cuyo destino último es el mismo: otro ciclo natural sagrado abortado.
Darwin y las tortugas gigantes
Hablar de tortugas gigantes está inevitablemente unido a la teoría de la evolución de las especies. Lo que Charles Darwin vio en las Islas Galápagos hace casi dos siglos le permitió sustentar su celebérrima teoría. Concretamente, se fijó en las diferencias morfológicas que presentaban las subespecies de las tortugas gigantes, que variaban de acuerdo con el ambiente de cada isla. ¿Por cierto, vería a los padres y abuelos de Solitario George?
Se desconoce, y poco importa más allá de la anécdota y del interés en inflar la leyenda para generar beneficios. Lo que sí sabemos es que corría el año 1835 cuando el naturalista inglés visitó el archipiélago. Sus observaciones interpretaron las diferentes formas del caparazón, tamaño y longitud de las extremidades de aquella especie de quelonios gigantes como una prueba de adaptación a los distintos hábitats. Pero, justo es decirlo, y esto sí es de gran importancia, su misma presencia allí, es decir, la llegada del ser humano a aquel enclave, fue la que llevó a su flora y fauna al borde de la extinción.
Como es bien sabido, los animales tuvieron que soportar la intervención humana que supuso la caza y la destrucción de su hábitat. Y ya se sabe, como diría Darwin, adaptarse o morir, por lo que no les está quedando otra que la pura y dura extinción.
El legado de George: mensaje de SOS en una botella
Y Solitario George ha sido una de sus grandes víctimas, y de ello debería ser un símbolo. Curiosamente, nunca se supo su edad exacta, pero se trataba de un animal centenario, y por mucho que se intentó, tampoco pudo reproducirse con tortugas con fenotipos cercanos al suyo. Por lo tanto, su cautiverio fue en vano pero, eso sí, nos queda el ¿consuelo? de que supo hacer las delicias de los turistas. ¡No, desde la ética!
Una vez muerto, la ciencia mainstream se contenta pensando que su legado será alentar el avance en los programas de fertilización de especies amenazadas. No será por los resultados, dicho sea de paso.
Por si no hubiera sido suficiente, la ciencia amenaza con volver a las andadas con Solitario George, pues antes de embalsamarlo se tomaron muestras de la piel y se congelaron en nitrógeno líquido para generar células madre y reproductoras con las que, en un futuro incluso llegar a clonarlo. Es decir, el plan es arrancarlo de la muerte para devolverlo a una vida al servicio de una ciencia aborrecible. En suma, sería una vida que, sin duda, no merecería ser vivida.
En lugar de conservar probetas, de crionizar y experimentar, recuperemos la cordura, apliquemos el calor del respeto, un poco de humanidad. Una vez muerto, urge recapacitar sobre los infructuosos y machacones intentos de conseguir su reproducción en un injusto y puede que arbitrario cautiverio que lo tuvo prisionero. Reflexionar sobre el por qué, la razón de que ni siquiera tras morir haya podido descansar en paz.
Pero ocurre todo lo contrario: Solitario George sigue sirviendo a la ciencia, y también al lucrativo negocio de su exhibición, más allá de la muerte. No en vano, la tortuga gigante más famosa, que durante 40 años fue la principal atracción del Parque Nacional Galápagos, en Ecuador, sigue exponiéndose al público, ahora con su cuerpo embalsamado.
Poco ha cambiado el trabajo de Solitario George, en realidad, una formidable máquina de hacer dinero, tras ser momificado, excepto porque ya no ha de aguantar los planes de reproducción a los que se le sometió para intentar salvar a su especie.
La taxidermia ha obrado el milagro: devolverlo a la vida para que, previo pago, el mundo pueda disfrutar de su imponente anatomía, si bien, afortunadamente, ahora el pobre George ya ni siente ni padece.
La maldición de Solitario George continúa
Bajo el eslogan “Conoce a Solitario George, la cara de Extinción”, antes de regresar a Ecuador, el museo neoyorquino lo mostró como el símbolo de la desaparición de las especies. “Más de 20.000 especies de plantas y animales de todo el mundo están actualmente bajo amenaza de extinción, y cientos desaparecen cada año”, explicaban en su página web y en los flamantes folletos.
La letra pequeña, sin embargo, es otra: tiene muchos ceros y nos habla de una larga vida en cautiverio, triste y estresante, justo la que tuvo Solitario George. ¿Cuál fue su delito para soportar esta cadena perpetua? ¿Acaso el hecho de existir?
¿Lo peor? Lo peor está por llegar, pues además de la amenaza de maltrato animal que supone el material genético guardado, Ecuador sigue sometiendo a cautivero a numerosos ejemplares de tortugas gigantes para exhibirlos como atractivo turístico, hacer caja y aplicarles estresantes planes de reproducción con el dinero recaudado. Curiosamente, son especies que dan mucho dinero, sin duda, una magnífica inversión, y no precisamente ambiental.